MIEDO DA A VECES COGER UNA PLUMA

"Miedo da a veces coger una pluma y ponerse a escribir,
miedo da a veces tener miedo a tener miedo [...]"
Gloria Fuertes

domingo, 8 de diciembre de 2013

De una carta...

Querido tú:
seguro has estado esperando a que escriba. Sé que has estado esperando a que escriba. No he escrito porque tengo poco o nada que escribirte. Todo lo que pueda decir ya está dicho y con palabras no se borran las palabras. Y con letras no se borra un beso. Este invierno, cuando veas las nubes sobre tu casa, cuando te asomes de noche a la ventana, cuando pelees contra el viento, estarás diciendo todo lo que ya se ha dicho. Recuerda que no hay nada nuevo, ni en ésta ni en ninguna otra carta. Se escribe lo que ya pasó, aún cuando se habla del futuro, sólo se puede escribir de él porque ya no es nuevo, ya se ha pensado, ya se ha vivido de otras mil maneras. Por eso, aunque quiera entregarme al dolor, me está siendo muy difícil sufrir. Si esto nunca ha sido nuevo, hoy lo es aún menos. Menos que menos que menos. Como me he tardado, no sé ya si buscarás mi carta, pero sé que no importa que la encuentres porque tienes otras muchas  cartas en donde todo ya está dicho. ¿Me escuchabas cuando te miraba? ¿Me escuchabas cuando te escuchaba? Y tu pelo, ¿era realmente tu pelo? ¿O de quién era? ¿O quién eres? ¿O quién? Ahora seguramente lo ves más claro, ahora seguramente entiendes mejor eso de que las palabras no cambian nada. Yo aquí, preguntándome si tú eres tú y tú ahí siendo tú todo el tiempo, o al menos sin darte cuenta cuando dejas de ser tú si es que eso sucede. Tú tú tú y tú para ti. Y ahora yo para mí. Yo para yo. Ahora que lo pienso, no estarás entendiendo nada. Ni tú ni yo. Nunca entendíamos nada y por eso ahora estoy escribiéndote una carta que no sé y no importa si te llegará o si la buscarás o si la encontrarás. Y cuando vuelvan las flores todo se habrá ido y eso es trágicamente gracioso, eso es tragicomedia. Más trágico que media. Trágico y media o trágico y medio. Hasta que el trágico se pierde por ahí, en algo más novedoso, y uno se queda con un medio. Un medio indefinido, indefinible; un medio que a veces se estanca e incomoda, pero al que no se le puede hacer nada hasta que vuelva la tragedia -o la comedia, en todo caso. Un caso en el que si me lo preguntan, es peor. La comedia es el día a día, es la costumbre. Es eso que es insípidamente feo y, sin embargo, cuando te vayas llévate todo: llévate tu ropa, llévate tus juegos, llévate tus zapatos y tus libros, pero por favor, no te lleves la costumbre. No te lleves esa hora del almuerzo ni la caminata de las noches a casa porque ¿qué voy a hacer yo con esos espacios tan grises que ahora se quedan en blanco? Y eso es lo terrible, si es que a algo en esta vida ya se le puede llamar terrible cuando en el fondo sabemos que todo es una sátira. Somos una sátira de nosotros mismos y por eso a veces te reías en medio de la decadencia, porque eras capaz de salirte y de vernos desde fuera y éramos sinceramente cómicos, ridículos. Y lo peor o lo mejor es que a veces teníamos la intención de que así fuera, inyectando emociones a nuestras vidas de autómatas para hacerlas más soportables. Las hicimos tan soportables que las volvimos insoportables y ahí se acabó: has tenido que llevarte la costumbre porque era insostenible. Y ahora, como yo, seguro has vuelto al equilibro, a la sostenibilidad. Es también costumbre pero de otro tipo, del tipo de personaje secundario de una novela best seller, donde todos aquellos que no sean el protagonista son extraordinariamente ordinarios. Maravilloso. Y aun así estás esperando mi carta, aunque sabes que te va a sacar de la nueva estabilidad, del espléndido y seguro aburrimiento aunque sea por un rato; y aun así te estoy escribiendo la carta, con el exacto mismo propósito. Soberbio. Tanto saber que las palabras no hacen nada, tanto decirlo,  para que al final nos embarremos en ellas, nos regodeemos en ellas, las abracemos y las consumamos hasta el hartazgo. 

Yo.

P.D.: Y pongo punto porque verdaderamente soy yo, y acabo en mí y acabo en yo y yo y yo. Aclaraciones innecesarias donde las hay.

viernes, 1 de noviembre de 2013

De la Calaverita...

Y nadie se ha dado cuenta
y nadie lo quiere ver
que viene de forma lenta:
no le hace falta correr.

Se restriega la calaca
contra paredes y gente,
en la muchedumbre ataca
primero al más inocente.

Con el abrazo podrido
y el besito pestilente
para siempre queda herido
en el alma y en la mente,

aquel que decide ver
más allá de sus zapatos
e intenta hacer entender
a la humanidad su pathos.

“Oh, amigo que no ves
a quién tienes a tu espalda,
pálidos ligeros pies
se acercan con negra falda.”

Pero al decirlo ha caído.
Ella quedándose atrás,
y al hacerlo se ha reído,
ha mirado y a lo más,

con ademanes lejanos,
a multitud indolente
ha incitado con sus manos
a comerse al prepotente.

Al Ícaro que valiente,
aún tan solo unos instantes,
creyó que al mundo doliente,
a esos necios caminantes,

podía ayudar denunciando
aquello que se acercaba.
Sin pensar que desafiando
a Corrupción que no acaba,

el orden amenazaba,
y a quienes daba la mano,
a quien creía que salvaba,
del modo más inhumano

lo acusarían de indeseado,
de anarquista violento,
de enemigo del estado;
construyendo un monumento

sobre lo que él denunciaba.
La muerte, sin embargo,
desde lejos contemplaba
lo que como por su encargo

frente a ella sucedía;
lo que tantas otras veces.
A la luz del mediodía,
como al anzuelo los peces,

en grito y acusación
sus títeres terminaban.
Creyendo justa razón,
cuando de ello ponderaban,

hablar de naturaleza,
de “naturaleza humana”;
justificando bajeza
como si raíz y rama.

martes, 29 de octubre de 2013

De lo que me pides...

Me pides que no cante cuando llega la noche. Me pides que no intente arrullarte al final del día. Me pides que no pase la mano por tu cabello. Me pides tantas cosas. Y no sé si yo puedo darte una luna de música sin notas, las buenas noches con trino mudo, una caricia distante como un “adiós”. Me pides oído sordo a tu respiración, me pides no aprenderme tu ritmo, me pides mantener la sábana fresca con mi ausencia. Pero la sábana se calienta sola cuando por las noches abro las puertas del sueño y me encuentro contigo y eres tan real que destronas cada vez a tu recuerdo. Y me invitas con sonrisa de verdad bíblica al abrazo.

Sé que un día dejará de dolerme tu recuerdo. Dejará de obsesionarme la imagen de tu cabeza alejándose entre la gente un mediodía de otoño, la primera vez que tuve miedo de no volver a verte. ¿Alguna vez fuimos felices? Si me sé de memoria la melodía de tu risa, debe ser porque la escuché muchas veces. Tengo en los dedos la sensación de agua que se escapa, tu pelo como agua oscura de noche sin luna con estrellas ocasionales. Un abrazo desesperado a tu cintura que ya es aire cuando logro acercarme. Campanas tus palabras que sonaban un “te quiero” caprichoso los días sin misa.

Eras mi espejo, la plata líquida que temblaba con mis dedos. El pájaro que sólo cantaba en las mañanas en que yo dormía más allá de la hora. Un timbre sin respuesta en una casa sin puerta. Un teléfono que suena y suena y suena y suena. Y aún hoy, por algún motivo, después de pedirme que no vuelva a hacerte ruido, tú sigues sonando. Lo que era un eco de baile con vestidos de colores, lo que era una pestaña del deseo, lo que era el primer beso torpe, la voluptuosidad inocente, una carrera sin motivo, mejillas calientes y narices frías por un paseo en el parque, lo que era todo lo que era, hoy es sólo el aire que queda atrapado entre las miradas de despedida sordomuda. 

Y aun entre todo este silencio, me pides que no cante cuando llega la noche. 

martes, 15 de octubre de 2013

De los voyeurs...

Rojo con verde, triángulos en movimiento dentro de una cruz: la farmacia de la esquina de nuestra calle. Se anunciaba con sus luces de noche y de día. Cuántas veces habremos pasado delante, caminando para llegar a no sé dónde. Caminando calle abajo, arrancando como flores las imágenes de las escenas domésticas que sólo podíamos imaginar. Imaginación colectiva: la tuya y la mía y la de algún amigo ocasional que se decidiera a acompañarnos en eso que para nosotros era una especie de delirio; risas ridículas: la tuya y la mía. Y, al igual que las flores, las escenas se nos terminaban marchitando en las manos por habernos empeñado en cogerlas. Aun así, cuando abríamos el álbum de las flores secas, era nuestro orgullo recordar cada detalle de su captura.

Ramos y ramos en nuestro buró, ramos del balcón del otro lado de la calle, frente al nuestro. Como se encendiera la luz en uno de nuestros momentos de ocio, de conversación floja, ya estábamos asomados espiando, especulando expectantes. Sorpréndenos vecino, o que nos sorprendan tus estanterías con sus libros, o tu figurita de madera de encima de la mesa con extremidades articuladas, que nos sorprenda una nueva presencia a tu lado en el sillón para que podamos inventar una historia con más de un personaje. Daba igual. Estábamos tan empecinados en sorprendernos que no necesitábamos nada nuevo, nos extasiaba lo cotidiano.

Y así la vida, nuestra vida, pasaba. Parte de nuestra cotidianidad era mirar la ajena. Y si alguien nos hubiera visto, si alguna vez alguien nos vio, en medio de los diferentes aires del año, tantas veces el humo del cigarro sobre nuestras cabezas, hubiera podido imaginar nuestra historia. La historia de dos figuras oscuras contra un cielo menos oscuro agujereado por las estrellas. Más de cerca, sólo dos manos cogidas, sólo ojos suspendidos en la noche de la espera, de la observación ociosa con la recolección de flores sin fruto como único motivo. Sólo dos voyeurs.

En el fondo siempre supimos sin decirlo que, por algún acuerdo tácito convertido en tabú, buscábamos algo. De ahí la urgencia, siempre la urgencia por absorber esa imagen siempre cercana pero siempre inalcanzable. Qué deliciosa rutina la de enfrente, qué delicioso ocio el nuestro. Los días jóvenes de la adolescencia que se eterniza neciamente, que vive fuera de tiempo y se niega a marchitarse aun cuando hace ya mucho que la tierra se ha secado. Vive en la tierra vieja y tenemos las manos permanentemente sucias por estar removiendo constantemente, intentando encontrar aquello de lo que está hecho la vida: la tuya y la mía. Intentando encontrar el alimento que reclamaba insistente nuestra extensión de la pubertad que carece de inocencia, que carece de novedad, que carece de todo aquello que puede hacerla real; y que, sin embargo, se construye del deseo de la negación de lo posterior. Eso buscábamos deleitándonos con la rutina ajena, distanciarnos de lo que inminentemente se iba convirtiendo en la nuestra.


Y, al final, ¿qué? Eso que empezó como una sombra en un día de nubes densas, se convirtió en el manto negro de la noche sin agujeros, asfixiante hasta el hueso. Adiós balcones; los balcones no se reflejan en el pavimento, tan solo las luces de la farmacia llegaban tenues a nuestro nuevo punto de mira si llegábamos a pasar por la esquina. Los aires dentro del manto se habían vuelto iguales, más fríos o más calientes, pero iguales. Y entonces esa noche, terminando la rutina del día, al levantar la vista a la ventana, en el balcón de enfrente: dos figuras oscuras contra un cielo menos oscuro agujereado por las estrellas; ojos suspendidos en la noche de la espera. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

De las curvas...

Mis poros, bajo el microscopio, son espirales. Tengo círculos concéntricos y caminos que llevan a su propio inicio tatuados en la piel. Hay un laberinto en las palmas de mis manos. Intento todo el tiempo salir, pero no puedo. He perdido el camino. Hay remolinos hasta en mi pelo. En general, todo en mi mundo da vueltas. Y en especial hoy, en mi cabeza no ha dejado nada de girar. Vamos todos a rodar y rodar, cuesta abajo hasta el valle de los árboles con las hojas curvas, siguiendo trayectorias onduladas. No hay esquinas para descansar de tanto movimiento.


Sólo por buscarte me encuentro. Esto nunca ha sido un monólogo, siempre he podido contestarme. 

martes, 27 de agosto de 2013

De los muros...

Respira. Respira. No hay nada que entender; no hay nada que explicar. Hay muros cuyo derrumbamiento es inminente, hay murales cuya pintura estaba destinada a caerse desde el primer momento. Sí, tus manos se aferran, tu rostro pegado a los colores, como si pudieras guardar en tus pupilas para siempre las imágenes intactas. Como si los recuerdos no fueran orgánicos y no tuvieran, por fuerza, que marchitarse.

La ves irse, se aleja con su bonito cabello y toda la tarde brilla en sus hombros desnudos. Despídete de ella, el muro se cae, y cada día cambiará el recuerdo porque no hay caja lo suficientemente impermeable como para mantenerlo a salvo. No hay caja que la humedad del tiempo no pueda penetrar. Las lágrimas, ante todo, son agua.

Respira. Hondo. Respira. Muy hondo. No hay nada que decir; no hay nada que escuchar. Los listones, en donde estaban impresas las palabras, han volado con el viento y se han confundido con las hojas verdes y luego con las naranjas, amarillas y marrones. Sí, tu boca se aprieta en una línea, como para no dejar escapar ni un ruido, no vaya a ser que se vaya con todo lo demás. No entiendes que aunque no lo digas, se irá. Se irá porque tiene que irse.

Despídete. Toca su mejilla, lo primero que olvides puede ser la piel. Su piel, que cambia con el frío. Su piel, que es siempre la misma. Y ahora tienes pintura en los dedos, y sabes que tarde o temprano se caerá y sólo podrás ver, de nuevo, tu piel. Sólo la tuya. Y se ha caído otra torre y aunque guardes una de las piedras de su ruina, la torre ya no está y no volverá a estar. Habrán otras torres, otras ruinas, pero serán siempre otras.

miércoles, 5 de junio de 2013

De la no-hora...

No es hora de saber a dónde mirar. No es hora de saber nada. No es hora de nada. No es hora.  Por eso no sé nada. Ni quiero. El reloj se ha parado. Mira: ha dejado de sonar. Y aun así es hora de irte. Eterna medianoche, es hora de que te vayas. Siempre es esa hora. Aun en el reloj que te he pintado en la muñeca, esa muñeca pálida a la que nunca termina de llegar el verano. Manecillas negras en un fondo blanco que no avanzan pero que tampoco se paran. Si existe el destino, se puede ver claramente en esas manecillas. Yo no quiero que te vayas, pero es hora. Es hora de irte.

Hay una imagen de dos personas corriendo por una calle, una avenida interminable. Van de la mano y nunca se sueltan. No sé a dónde quieran llegar, pero siguen corriendo y de vez en cuando se miran a los ojos. A momentos parece que algo las persigue, pero en la calle nunca aparece nadie, ni delante ni detrás, están solas. La imagen permanece. Ellas intercambian lugares, a veces una guía y a veces la otra. Ninguna pregunta hacia dónde van, aunque ninguna parece saberlo. Es una imagen, sólo una imagen. Siempre ha estado ahí. Es hora de irte.


Sol de finales de primavera. Desaparecen los ojos de este mundo detrás de gafas oscuras con marcos de colores. La calle se calienta y es insoportable caminar. Se pueden buscar las sombras sin la menor esperanza. El metro es un refugio. Quiero llegar a la estación en que me bajo y al mismo tiempo no quiero salir de aquí. Cuando el reloj sigue marcando la misma hora me pregunto por qué no podemos quedarnos siempre en un refugio, ése o el que sea, ése o las manecillas estáticas. Es hora de irte.

sábado, 25 de mayo de 2013

De dejar ir...


No todos los días es fácil. Nadie dijo que todos los días sería fácil.
No todos los días es difícil. Nadie dijo que todos los días sería difícil.
Nadie dijo nada. O todos han dicho algo.
Yo estoy aquí. Y tú, no sé en dónde estés.
Bailo con mis libros bajo el brazo, dejaste muchos libros.
A veces, en un momento de pausa, recargo la cabeza en las manos y dejo un par de lágrimas.
La mayor parte del tiempo no.
El salón está lleno de mis libros, en los sofás, por encima y por debajo de la mesa.
La planta, la plantita que sembré hace un mes, crece un poco todos los días.
He conocido gente nueva y algunos ya se han ido. En tan poco tiempo.
Las sábanas están limpias y la casa barrida. He sacado uno de mis vestidos de verano.
Ayer hubo un espectáculo de fuegos artificiales en el colegio salesiano. Olía a pólvora.
He estado escribiendo. Bastante.
He estado cantando. Bastante.
He estado pensando. Demasiado.
Mis amigos, bien. Las clases, bien. El trabajo, también.
He probado una especie de vino sueco. Se bebe caliente. Me encanta.
He encontrado un grupo de música y no puedo dejar de escucharlo.
He estado recomendando películas a quien se ha dejado.
He ido al teatro por primera vez en meses.
He dejado de ir al sindicato los sábados.
Creo que me iré con mi familia en verano. Eso parece. Eso quiero.
He tirado algunas de tus cosas. He dejado los mensajes de la pared de la cocina.
Me he pintado las uñas porque se ven graciosas. No me las he dejado de morder.
He logrado reírme de cómo terminaron las cosas.
Me he sentado a escribir en un café este viernes. He escrito sobre el olor a vainilla.
Me he quedado con una buena frase en una mala película.
La vida entera se convierte en el acto de dejar ir. (Estaba en inglés: “the whole of life becomes the act of letting go”)
Lo que quiero decir es que todo ha seguido parecido pero no igual.
La vida ha seguido como siempre pero sin ti. Y eso está bien. 

jueves, 16 de mayo de 2013

De la sal...


Corre, corre y cómo corre. Y corre y corre y corre. No hay tierra ni árboles, sólo colores que cambian conforme corre. No te escapes. Pero ella corre, corre, corre y corre. Y sus pies no pesan y ha dejado en otra parte la cabeza, va tan ligera que casi vuela. Casi. Corre y corre y corre y corre. El viento le seca lágrimas, sudor y recuerdos mientras ella corre y corre, corre, corre, corre. Sólo suena el aire en sus orejas, sólo. La música, en cambio, se ha quedado atrás, lejos pero no tan lejos pero no cerca. Cerca ya no. Para eso y por eso corre.

No me mires Cavafis, que no sabes. No huyo de una ciudad, huyo de un mundo. No estoy perdida, no doy vueltas en círculos. Pero si lo estuviese... Correría aun más; hasta volver a encontrarme con mi mente sabiendo que ya no es mía.

Corre y corre. Corre. Corre. Corre. Ya no importará que creas que me alcanzas, ya no importará si me alcanzas. Porque habré recorrido tanto que estaré siempre lejos. Lejos de este momento y otros tantos. Lejos de la música a medias. Lejos de la sal y cerca del aire.

martes, 14 de mayo de 2013

Del pez y sus escamas...


Sin saberlo me mandaste señales, sin saberlo no quería verlas. Ahora entiendo los sueños, ahora entiendo tantas cosas. Ahora. Hace poco en letras dejé lo que daba vueltas en mi cuerpo, hice símbolos del sentimiento, dije lo mucho que te quería, hasta las uñas. ¿Qué has hecho? Lo has ahogado todo, lo has quemado y demolido al mismo tiempo. Has silenciado las campanitas porque les has quitado el centro, lo más delicado, te lo has comido, no ha quedado nada.

Tengo sal en las pestañas. No ha sido el número de lágrimas sino la densidad, cargadas de tantos días de no entender nada condensados en un momento. Un momento en que se ha caído la esfera y se ha hecho pedazos y ha brotado cual planta el polvo del suelo entero. Flores de polvo y de humo que se cuela por ese agujero en la esquina del cuarto por la que al final entró la nieve, ni blanca ni roja, negra. Tiene gracia. Creo.

No más espejos ni caleidoscopios para ti. No más fragmentos ni colores. No más luz en tu cuello ni impresiones de tu luz en mis retinas. No más nada ni nada ni nada. Y para mí no más porqués, que al final los porqués no importan, porque de buscar siempre hay un porqué, y como yo decidí que tú fueras ese porqué no puedo entender no haberlo sido. Tú escupe todos los porqués que quieras, pero sabemos que es sólo aire. Las mentiras no son transparentes y de tanto bañarte en ellas has cambiado de color. No te voy a echar de menos porque quien eras a mis ojos no lo eres ya, y eso es lo que más te reprocho: no poder echarte ya de menos. Eres una imagen de contornos borrosos que realmente no conozco.

Esto no quema, ahoga. Pero es un mar que se vacía y el penúltimo día lo sabré sólo al sentir un pececillo rozándome el pie al sentarme al borde de mi cama en la mañana. Adiós pececillo, pensar que un día nadé contigo admirando el sol en tus escamas. Pensar que nadie sospechó que tenías colmillos…

lunes, 1 de abril de 2013

Del fuego...


Se van a quemar todas tus naves,
se van a quemar todas tus flores.
Sangre, de tus ojos, sangre
como lágrimas cuando veas el fuego.
Y cómo quema las yemas de tus dedos,
cómo quema.
A quemar todo va la sangre
y a morir todo una vez quemado.
Hielo, pide a gritos hielo,
agua helada, nieve, frío, viento.
Pide todo lo que quieras
pero recuerda que no oye el fuego.
No más guitarra ni sonrisas,
que la guitarra es de madera
y también las sonrisas.
Ahora lo sabes,
que todo era leña
y lo que no era leña,
carbón era.
Y era negro
y costaba verlo,
pero ahí estaba
y ahora que si es algo
es ceniza,
ahora lo extrañas.
Pero,
escucha a tus ojos,
que quemados hablan.
Con ellos sigue
el camino de humo
y después escala.
Cuando llegues arriba,
tírate.
Y aunque no vueles
siente que vuelas;
y aunque no vuelvas
siente que vuelves.
Y así,
con alas de papel,
encontrarás paz
en la hoguera,
que si de algo es,
es también de papel.

viernes, 15 de marzo de 2013

De Midas...


¿Qué? ¿Crees que tienes alas?

Te las han quitado si es que alguna vez las tuviste. Los colores que ves no son colores, son códigos. Antes había millones y alguna vez nadaste entre todos ellos. Ahora no. Ahora te has ahogado y sólo ves azul. El rojo azul de la ansiedad. Mientras te hundes en el suelo blanco de la cocina las voces dentro de ti quieren gritar. Todas al mismo tiempo quieren gritar y se asfixian unas a otras. Por favor, diles que paren o terminarán por asfixiarte a ti también.

Bilis, pura y amarilla bilis que te nubla la vista. No hay nada más dentro de ti. Te has vaciado y no encontrarás justificación por más que la busques, no eres justificable. Existes porque existes. Y si llega el día en que descubras que hay una razón para tu existencia, más te vale olvidarlo tan pronto como puedas o bailar como el miembro más reciente de la rueda en la Danza de la Muerte.

Ya estás de nuevo en cama. No sé cómo has logrado arrastrarte hasta allá. Admirable, sin duda alguna. Mueres de frío y sudas bajo cinco capas de algodón, de nylon, de polyester, de lana, de plumas, de lo que sea que se haga la ropa de cama hoy en día. Cuando te tapas sientes que no puedes respirar con tanto peso oprimiéndote el pecho, pero la desprotección de estar destapado es insoportable. La saliva se espesa en tu garganta y sabes que ahora es un bloque cuyas esquinas te raspan y se estanca en el estómago para siempre. Por eso cada día te cuesta más moverte; tu centro se hace más y más pesado. Todo te cansa. Lo que una vez fue hermoso, hoy es repulsivo por no marchitarse. El mundo se ha vuelto amarillo como contagiado por tu bilis. Eres como el rey Midas y has tocado demasiadas cosas.

Tranquilo, Midas, no digo que puedas volver a empezar, no digo que haya un lugar real al que puedas escapar, pero sí que puedes fingir que así es. Engáñate, engáñate una y otra vez y camina en círculos si es necesario. Cualquier cosa es mejor que el piso de la cocina, que las pesadillas, que el color de la bilis; cualquier otra cosa es mejor que esta cualquier cosa.

domingo, 10 de marzo de 2013

De las figuritas de barro...


Una tierra sin nombre trabajada por nombres sin cara. Uno de los nombres revienta, desde el suelo se evapora, conforme pasan los minutos, su sangre en nubecillas rojas que luego lloverán sobre las flores, coloreándolas. Mientras, los ojos pasan de largo. Los nombres, mientras aran, miran hacia abajo sin ver y la tierra caliente les devuelve la mirada, también sin ver. El sol, sin rostro, les escalda las espaldas; son bombas de melanina y se funden con el suelo que pisan. Son tan parte de la tierra que cuando caminan descalzos no se sabe dónde acaba ella y dónde empieza el otro.

No es hasta que pasan las horas más calientes del día que llega aquel con sólidos nombre y botas a arrastrar el cuerpo que desde mediodía yace en medio del campo. Es fácil, no hay ceremonia, nadie va a extrañarlo y por eso sus cenizas pasan directamente al río. No todo es pérdida, de vuelta en los dormitorios comunes, un afortunado ha pasado de dormir en el suelo a dormir en una casi-cama y dormirá tan bien que por primera vez en años soñará.

Tres, cuatro, diez, veintitrés de tantos soñarán que comen y beben hasta saciarse, que hacen el amor sin urgencia, sin esconderse, sin miedo. Soñarán con minas que sus hijos no necesitan pisar y que tienen para siempre una cama asegurada. Soñarán y soñarán y al despertar nada habrá cambiado y caminarán quemándose las platas de los pies y con la mente en blanco para no reventar mientras no deseen nadar con los peces.

La misma noche quizá, o cualquier otra –da igual-, entre colchas de seda y plumas de pato, la luna y su puta luz, por el simple afán de entretenerse, entrarán por los párpados de quien duerme en algodón rosa. Una pesadilla bailará en labios sabor menta. No hay vestidos dorados en el armario y no hay desayuno con café caliente esperando. Al querer bajar las escaleras, no las hay. Sólo hay un piso y el jardín en vez de orquídeas tiene buganvilias. Correrá con el pelo suelto buscando a alguien que le explique y que, ya en ello, la ayude a hacerse un moño, el de siempre. Pero no hay nadie y al salir a la calle sus ropas se parecen a las del resto de la gente y al verla un hombre de ojos negros se acerca y al hablarle… ella despierta y moja en lágrimas la almohada. Pero no hay nada que temer porque al día siguiente todo es igual y ve a lo lejos, desde su ventana, figuritas de barro sesgando, cargando, llevando y trayendo. 

lunes, 21 de enero de 2013

De los porqués que te pregunto...


Te pregunto tanto porque no entiendo nada.
Si tengo miedo de quererte tanto no es por perderte, es porque sé que puedo siempre dejar de quererte.
No hay tanto que decir como suelo hacerte creer, es sólo una cosa que me pesa demasiado.
Quiero tu amor incondicional porque nunca he podido serlo yo.
Y yo y yo y yo.
Soy tan egoísta para quererte a mi manera y para ser excesivamente yo contigo.
Tanto pienso en ti que hay un molde en mi cabeza que te imita con ligeras modificaciones injustas.
Sí, es cierto que hay un agujero en una de las esquinas del techo que nos cubre. Es un agujero que deja entrar nieve roja. Yo sólo quiero la nieve roja, siempre al borde de volverse negra, mientras tú pareces buscar la nieve blanca.
Eres tan tú que te quiero y eres tan tú que más seguido de lo que soporto no puedo soportarlo.
Te invado con mis implosiones, te cubro, te lleno, te tomo, me bebes y aun así, cuando abro los ojos, no hace falta tocarte para saber que no he dejado huella.
Voy a dar vueltas en la cama hasta enredarme, voy a enredarme hasta caer y voy a caer hasta caer y caer y caer y no espero que me salve tu mano. No lo deseo, no quiero razones para quererte porque la razón por la que más te quiero es que carezco de razones.
No es por nada que te quiero, ni es por todo. Y si quiero que tú sepas el porqué de tus te quieros es tan solo por que uno de los dos tenga cabeza.
Y no la quiero tu cabeza no la quiero, ni tus ojos ni tu piel ni tu cabello. Si algo guardo en tinta son tus poros, es la luz en tu saliva, es la parte de atrás de tu cuello.
Si llegara el momento se me olvidaría tu nombre, se me olvidaría tu voz y me olvidaría cada mañana de tu aliento.
Al caer la tarde de colores, sin embargo, con su sol que no calienta, al aplastar la espera de las estrellas incoloras, saltarías desde la parte de atrás de mis párpados para dejar impresiones de luz negra en las retinas.
Volvería este momento, volverían tus pestañas y mi risa, volverían las sábanas con lágrimas y  qué importa lo que volvería. No volvería nada porque no se habría ido nada porque nunca ha existido nada cuya abstracción deje de serlo con palabras.
Tampoco importa que entiendas lo que yo no entiendo, ¿que si lo quiero? sí, lo quiero. Pero sólo como contrapeso, contraluz, contrasentido, contra todo lo que soy y lo que quiero, entre lo que estás tú que no sólo te quiero, sino que también te quiero.